Las guerras de las tribus prehispánicas.
Las guerras de las tribus prehispánicas.
Integrantes del equipo:
Córdova Hilton Andrea Miroslava
Ehuan Alejandro Máximo Daniel
Padilla Hernández Esteban de Jesús
Los pueblos mesoamericanos construyeron estados militaristas que frecuentemente se disputaron el control de sus territorios, y que intentaron imponer cierta dominación a los restantes, lo que dio lugar a frecuentes guerras, hasta que algunos lograban someter a sus vecinos y mantenerlos bajo tributación.
En el siglo XV los mexicas eran el pueblo más poderoso, habían conseguido someter a la mayoría de los restantes estados del México antiguo, lo que explica la enemistad de muchos de ellos. Después de instalarse en el lago, el pueblo mexica se levantó, ante las situaciones más adversas sobre todas las naciones vecinas, para constituir el más poderoso estado de la antigüedad. En sus primeros tiempos estuvieron bajo la dominación de los tepanecas de Azcapotzalco quienes los sometieron a tributación y los utilizaron como soldados en las guerras contra otros pueblos. En 1428, aliados a los tezcocanos de Netzahualcóyotl, vencieron a los tepanecas y a partir de entonces se convirtieron en el Estado más poderoso de la cuenca de México y mantuvieron el control a través de la triple confederación de Anáhuac integrada por Tezcoco, Tlacopan y Tenochtitlan.
Poco tiempo después, se apoderaron de Morelos y algunas regiones de Guerrero. En 1465, Moctezuma Iluicamina, Tlacatecuhtli de Tenochtitlan, atacó a los tlaxcaltecas con poderosos ejércitos pero fue rechazado y desde entonces existió una gran rivalidad entre esos pueblos. Este jefe mexica sometió a los pueblos de la mixteca. Tiempo después, bajo la conducción de Axayácatl, conquistaron Oaxaca y Tehuantepec, intentaron más tarde la conquista de Michoacán pero fueron rechazados por los purépechas.
Para el momento de la llegada de los españoles a nuestras tierras los mexicanos habían impuesto su dominación sobre casi todos los pueblos de Mesoamérica, a excepción de los mayas, que por su lejanía se encontraban protegidos de los tlaxcaltecas, que por mucho tiempo habían resistido los ataques de los mexicanos y de los purépechas, pueblo que había rechazado en varias ocasiones a los ejércitos mexicanos, pero la actitud belicosa de los mexicanos fue determinante para que tanto los pueblos sometidos, como los que se habían opuesto a la dominación estuvieran dispuestos a unirse a los españoles para ayudarlos en la conquista de México.
En Veracruz, Cortés decidió la forma en que llevaría a cabo la conquista de México; estableció el Ayuntamiento para que desconociera las instrucciones y la autoridad del gobernador de Cuba y legitimara la autoridad del conquistador, otorgándoles los nombramientos de Capitán de la Armada y Justicia Mayor. Inició entonces una hábil política hacia los pueblos indígenas que estaban sometidos a los aztecas o eran enemigos de ellos; fue así como concertó una primera alianza con los totonacas de Cempoala, quienes le ayudaron en la primera parte de la campaña.
La ayuda que le prometiera el cacique Gordo de Cempoala, decidió a Cortés a emprender la marcha sobre México. Dejó en Cempoala una guarnición de 100 españoles al mando de Juan de Escalante y, al frente de 400 españoles y 2000 indios aliados pasó por las poblaciones de Xalalpan, Xicochimilco, Texiutlán y Xocotla, desde donde envió a cuatro cempoaltecas para que llevaran una embajada a Tlaxcallan, ofreciendo su alianza y solicitando permiso para cruzar sus tierras. Como no se le diera respuesta, el 31 de agosto invadió los territorios de Tlaxcallan, dándose en Tecoac la primera batalla, en la que los nativos tuvieron que retirarse. Nuevos combates se registraron el 1º y el 5 de septiembre; a raíz de ellos Cortés ordenó la quema de poblados y el 7 de ese mes tuvo lugar una nueva batalla en la que los tlaxcaltecas, dirigidos por Xicoténcatl el joven, fueron vencidos, no quedándoles otro recurso que aceptar la paz y permitir la entrada de los españoles a su ciudad.
Cortés se presentó en Tenochtitlan el 8 de noviembre de 1519 con su ejército de españoles y algunos indios aliados; se le alojó en el palacio de Axayácatl donde permaneció por algunos meses y pudo conocer la ciudad y sus fortificaciones.
El 20 de mayo de 1520, estando ausente de la ciudad, sus soldados realizaron una matanza de indios a quienes despojaron de sus joyas. La población tomó las armas y sitió a los españoles que, para la noche del 30 de junio tuvieron que huir de la ciudad en medio de una tremenda derrota que les costó la pérdida de 450 soldados, casi todos sus caballos y 4000 indios aliados. Cortés se refugió en Tlaxcala, en donde pudo reorganizar sus ejércitos y preparar la conquista de Tenochtitlan.
Antes de lanzarse sobre México, el conquistador se preocupó por asegurar la ruta de Veracruz para evitar que algunos pueblos independientes o tributarios de los aztecas pudieran prestarles ayuda; para tal fin el los meses finales de 1520 emprendió una gran campaña para someter a los pueblos de la zona de Puebla. El 26 de diciembre consideró que estaba preparado para llevar a cabo la campaña final sobre Tenochtitlan, dio a conocer unas severas ordenanzas y pasó revista a sus tropas. Dos días después, acompañado de 150000 indios aliados, se dirigió a Tetzcoco, en donde se instaló y recibió la sumisión de algunos poblados ribereños: Chalco, Coatlinchan, Huexotla, Chimalhuacán y Atenco.
Pacientemente preparó Cortés el sitio de la ciudad. El 20 de mayo dividió su ejército para ubicarlo en los puntos estratégicos que permitan el cerco de la ciudad: a Pedro de Alvarado, con 150 españoles y 25000 indios aliados lo comisionó para que se estableciera en Tlacopan. A Cristóbal de Olid, con 160 infantes y 20000 aliados, lo envió a Acoyocan. A Gonzalo de Sandoval, con 150 soldados de infantería y 20000 aliados le señaló como cuartel general el pueblo de Ixtapalapan. La armada, estaba constituida por numerosas canoas de sus aliados indígenas y los trece bergantines constituidos por Alonso, quedó bajo el mando del capitán general.
Una vez distribuidos sus ejércitos, inició formalmente el sitio, el 26 de mayo de 1521, demoliendo una parte del acueducto que surtiría de agua a la ciudad. Al poco tiempo, los combates se daban tanto en el lago como en la tierra.
Con el fin de violentar la rendición de la ciudad, se ordenaron numerosos asaltos que, si bien tuvieron algún éxito, no significaron avances firmes en la lucha, ya que los sitiados, haciendo gala de valor y heroísmo, recuperaban durante la noche de los territorios ocupados por los conquistadores. A este respecto conviene aclarar que algunas fuente, entre ellas el Códice Ramírez, señalan que este hecho disgustó mucho a Ixtlilxóchitl, que por ello llamó la atención del conquistador, haciéndole ver que lo que sus guerreros conquistaban en el día, los soldados españoles lo perdían durante la noche, sugiriéndole a Cortés que a medida que se fuera avanzando en la ciudad, los españoles se dedicaran a demoler las casa que eran empleadas como parapeto por los mexicas.
Los combates eran cada vez m{as encarnizados, el cerco se estrechaba poco a poco y la ciudad era destruida rápidamente; pero a pesa del hambre y la sed que hacía presa a los sitiados, su resistencia era heroica y rechazaban una a una las proposiciones de paz que el conquistador hacía llegar a Cuauhtémoc, conductor de la resistencia indígena. Para principios de agosto, Tenochtitlan se hallaba reducida a escombros, con ellos se habían rellenado los fosos y los cortes de las calzadas, mientras que los defensores de la, en otros tiempos orgullosa urbe de Anáhuac, asolados por la peste y el hambre, apenas podían soportar las armas y los combates terminaban con numerosos degüellos.
La fatalidad se cernía sobre el pueblo de Huitzilopochtli, pues en uno de tantos combates Ixtlilxóchitl logró aprehender a su hermano Coanácoch y, al verlo encadenado, los soldados tetzcocanos leales a México abandonaron la lucha. Solos los aztecas, reducida la resistencia al barrio de Tlatelolco y cuando en las calles y calzadas de la ciudad se amontonaban los cadáveres de hombre y mujeres sobre los cuales se tenía que caminar, tuvieron que soportar tremendos ataques el 7 y el 8 de agosto. Después de éstos el conquistador hizo llegar nuevas ofertas de paz, que fueron rechazadas por ese asombroso pueblo que se sostenía en pie de lucha a pesar de la inminente tragedia que la amenazaba.
La situación era insoportable y se dice que para entonces Cuauhtémoc y su familia vivían en una canoa recorriendo el lago. En esas condiciones, el capitán español ordenó el asalto general el 12 de agosto. A pesar de que la batalla degeneró en una cruel matanza de indígenas, la ciudad se rindió; al día siguiente, el 13 de agosto de 1521, cuando los ejércitos sitiadores se aprestaban a dar el golpe final, la canoa que conducía el recio guerrero jefe de la resistencia fue sorprendida en el lago por la embarcación de García de Holguín quien lo hizo prisionero.
Cuauhtémoc, en unión con Tetlapanquétzal, fue llevado ante Cortés y, al llegar frente al conquistador, sus palabras de rendición reprodujeron el sentir del pueblo al que heroicamente condujo, ya que en lugar de aceptar la sumisión y la derrota, con energía se dirigió al español diciéndole: “Señor Malinche, he cumplido lo que estaba obligado en defensa de mi ciudad y de mi pueblo y no puedo hacer más; y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, haz de mí lo que quieras, toma ese puñal que llevas en el cinto y mátame con él.
La noticia de la captura del soberano se divulgó rápidamente en la ciudad y con profunda pena, pero con orgulloso heroísmo, el diezmado ejército mexica rindió sus armas después de un prolongado sitio de 75 días, al cabo de los cuales se daba fin a la guerra y con ella terminaba la vida más poderosa de los pueblos de América.
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